lunes, 5 de noviembre de 2007

Apariciones - Compilación #1

-12 de Septiembre, año 32 Saer Cataclius.

"Escuchad, gentes de bien, que en esta hora de retiro en la que nos entretiene el crepitar del fuego de la posada, vienen a mi mente hilos del tiempo. Hilos aún húmedos de ser creados por la oruga del tiempo. Hojas caen, y no sabemos donde caerán, ni qué fruto ayudarán a crecer. Es difícil entrever un milagro en sus comienzos, pero os relato lo que veo, pues mis memorias propias no volverán, para bien o para mal. Y las que tengo, las memorias de Krynn, no me pertenecen, y siento que es preciso que las comparta con ustedes.

Dos mañanas antes de la de hoy, en el Delta de Qualinost, donde las aguas de Abanisinia renuevan al ya no tan novicio Nuevo Mar, una caravana como cualquier otra partió de Newport. 12 carretas empezaron a dejar huella en la pradera abrazada por colinas, que se extiende entre Newport y el pueblo de Solace durante poco más de 100 millas. Cualquier habitante podría notar un conjunto de figuras peculiares en ese grupo, cuál preguntas encarnadas en gente, esperando por obtener respuesta.

Aelensar Lathe, un humano más en la eterna búsqueda de una definición de si mismo, sacudía una manta nueva y la colocaba sobre el lomo de su caballo, sin dejar de prestar atención a las interesantes figuras que se acercaban para integrarse a la caravana que había sido contratado para escoltar. Entre ellas no pudo dejar de reprimir una elevación de cejas, cuando su mirada encontró un destello dorado bajo una capa y capucha de color marrón claro. Unos ojos celestes, inquietos y almendrados, delataron la raza de la elfa. Pero no constituía esta la única presencia de la gente bella y antigua en la caravana, pues a su lado unos grandes ojos violeta y un intenso destello del fino metal de un arco élfico, marcaban la procedencia de su acompañante. Era ésta, o es, puesto que a mi memoria no ha venido el recuerdo de su muerte, una elfa de cabellos asfixiantemente oscuros, cubierta en una fina caperuza verde.

Parecía ser el mayor de los intereses de este par de elfas, el cuidar los pasos de un anciano de expresión inevitablemente excéntrica, vestido en una túnica gris, algo sucia, protegido del viento por una capa de cuero. Los ojos cansados de este estudioso escrutaban la textura de cada piedra, la velocidad del aire, y las trayectorias de las hojas que ya empiezan a caer, así como de las agitadas personas a su alrededor. Sin embargo la agitación de su entorno esa mañana no era competencia para el eterno divagar de las voces de su mente.

"¿Qué de bueno puede encontrar la mente cansada de ese anciano como
para que le permita andar, así, decrépito, cuasi-inútil, en búsqueda de no-se-que-cosa?", se preguntó el mercenario. "Bien, en realidad, hasta los draconianos tienen buenas cualidades: Sangran, mueren, saben pelear, y los puedes matar sin sentir absolutamente ningún remordimiento... Animales... Ahora, algo malo tienen también: No son comestibles." - reflexionó Aelensar, recordando su recién terminada misión en las afueras de Newport.

La recompensa fue suficiente como para que pudiese comer, beber, vestirse y bañarse al más puro estilo de un alcalde durante una semana... lo cuál no hizo, evidentemente. No bebía sino cuando estaba seguro de que no habría trabajo (o que sería incapaz de hacerlo), y aún así... Se vistió con ropa nueva, libre de las quemaduras de la ácida sangre draconiana, y cambió las piezas de armadura dañadas, en todo caso. "¿Bañarme?" -se autoinquirió- "en el próximo río que vea, muchas gracias." Bueno, aún así, como nadie dice que no a una buena cama y buena compañía, con ello había culminado su última noche en el fronterizo puerto.

Luego de cubiertas sus necesidades personales, aún quedó dinero, del cual guardó una buena cantidad. Dió el "sobrepeso" a dos mendigos. "¿Total?" -pensó al posar la mirada sobre el esperanzado y mugriento par de personajes la noche anterior- "siempre hay necesidad de una espada en alquiler, y trabajo no me va a faltar".

Aunque quizá haya cometido un error. Una de las mugrientas figuras se presentó a primera hora de la mañana (lo cual no necesariamente era coherente con su demacrado aspecto). Era una mujer. Bella, por
cierto, tuvo que reconocer ahora a la luz del día, luego de hacer un esfuerzo para quitar con su imaginación mucha de las ajadas ropas y sucio que la protegían del naciente Sol. Quizá no sea un error. Siempre es entretenida la compañía fenenina, aunque haya que enseñar una que otra lección de higiene. Y entonces la mirada vacilante de la mujer, aparentemente aceptada en la caravana, coincidió con la suya, y le pareció encontrar un poco de si mismo en su mirada confundida y espectante. Lo cuál trajo sus pensamientos a si mismo, nuevamente. "Siempre es lo mismo... El vacío..." -razonó por enésima vez el mercenario- "Siempre que termina un combate, me doy cuenta de que no tengo nada, y comienzo a buscar el siguiente. Mujeres, dinero, bebida... Nada de eso significa nada. Nada de eso borra el pasado y el dolor de mi mente tan efectivamente como el blandir una espada ansiosa de sangre, y calmar su sed...".

La silla de montar recién adquirida ya estaba asegurada sobre el
trozo de tela en el lomo del caballo.

"Matar es lo único que he conocido... Matar, o morir antes. Y soy muy bueno en ello. Matando es la única forma en la que me siento vivo...".

Y con esta conclusión temporal sobre su existencia, con un cotidiano movimiento se colocó sobre su montura. Había escuchado esa noche de una caravana que se dirigía a Solace, lo cuál implicaba posibilidad de ataques de secuaces de Beryl, el descomunal dragón verde que dominaba el reino élfico de Qualinesti. No fue difícil suponer que estarían contratando escoltas para esta caravana.

"Dos elfas, y una humana sucia aunque decentemente dotada... mmmh... si las elfas saben manejar esas espadas que llevan consigo, son mi tipo. ¡Y hasta son dos!".

Y hablando de parejas, el sentido de alerta que tiene todo buen
viajero del continente Ansaloniano le indicó con urgencia la
presencia de dos posibles amenazas: un kender ataviado con adornos de plumas, y un libro en mano (¿?), y un pequeño ser... ¿un niño? ¿un gnomo? ¿un gully?.. "espero no averiguarlo" -se dijo al unísono que ajustaba una última vez su saco de monedas y las correas que ceñían su cota de malla al cuerpo, y la recién adquirida ballesta ligera a su cinto.

* * *

"Tampoco parece conocerme" -se dijo la harapienta humana, luego de
cruzar su vista con el escolta de la caravana. Nada parecía serle
conocido. Como yo, la mujer carecía de memorias propias. Lo más antiguo que podía reordar yacía una semana atrás en el río del
tiempo, era el instante en que se descubrió siendo arrastrada hasta la orilla de Newport por un mendigo. El anciano, acostumbrado a vivir de la caridad, le dio de comer, y le consiguió las ropas que llevaba puestas ahora. No estaban en buen estado, ni limpias, por lo que en realidad no se sentía mejor vestida, pero definitivamente la protegían más del frío que la rota y mojada franelilla blanca y el escaso pantalón que dudosamente se mantenía sobre su cuerpo al llegar a tierra firme. Quizá lo hacía más por lo húmedo que estaba, adheriéndose a su piel, que por lo unidas que estaban sus costuras.

También le buscó unas zapatillas de cuero usadas, de tamaños
ligeramente distintos, y diseños no tan ligeramente distintos, para que protegieran las plantas de sus pies. Cosa que, por cierto, le
recordó que tenía que prestar atención a su entorno, pues se dirigía a Solace gracias a que el anciano había identificado unas cicatrices en la planta de su pie derecho, como un mapa del valle de Solace. "Ese es el lago Crystalmirk" -había comentado emocionado, el anciano- "¡tiene la misma forma, al menos!".

A los dos días llegó con el respectivo tazón de caldo de sobras de la posada "El Aliento de Zeboim", para compartirlo con ella. Se sentó a su lado cerca del establo y le informó que había escuchado de la caravana que partiría a Solace. Ante esta noticia, y ansiosa de conocer más sobre si misma, estuvo de acuerdo con él en que debería ir en busca de su historia.

Luego de prometer ayudar con los oficios, el manejo de los
desperdicios de la caravana, y no molestar a los viajeros, se
sorprendió recibiendo una aceptación del líder de la caravana.

Llamativa para todos resultó la llegada de una carreta vacía. Vacía no de conductores, pues tenía tres, sino de carga. Dos hombres
venidos del mar, según parecían evidenciar sus sables y estimentas, y un Guardia de la Ciudadela de la Luz, se transportaban en dicha
carreta. Evidentemente ninguno de los marinos era bárbaro, concluyó sorprendiéndose ligeramente de su razonamiento. Uno de ellos parecía un hombre experimentado, como quien ha llevado muchos golpes en la vida, pero nada más en él llamaba su atención.

Sin embargo, el otro marino le parecía extremadamente familiar. Y
atractivo. Vestía pantalones, botas y guantes de cuero negro, acompañados de una camisa ancha de manga larga y una capa azul oscuro.

* * *

"¡Qué tontería!" - exclamó para sus adentros Gregory Hilltop viendo de reojo al Guardia de la Ciudadela que esperaba a su lado mientras la caravana iniciaba su viaje - "¡enviar una carreta vacía a Solace!". Shen Korras, el medio-elfo que dirigía una flota que
suministraba provisiones a la Ciudadela de la Luz, le había encargado escoltar, junto a Kielan Carr, su compañero de tripulación, al Guardia de la Ciudadela. Tal parece que el soldaducho iría en busca de armas de calidad en Solace, siguiendo el consejo que su compañero había hecho hacía unas dos semanas, recomendando a un conocido herrero en dicho pueblo. "Mientras haya buena paga, no molesta mucho ir a ese pintoresco valle... además: debo ir allá. Más oportuna no pudo haber sido esta asignación".

Sin embargo su cháchara interna fue distraída por la familiar mirada de la mujer en harapos. Su revisión mental fue infructuosa. No podía recordar dónde había conocido a esta mujer. No sin cierta incomodidad por su falta de memoria, ajustó su capa azul oscuro sobre sus hombros, y desvió la mirada.

* * *

Pensamientos similares cruzaron la mente de Kielan Carr- "si hubiese sabido que me iban a mandar a hacer este trabajito quizá me hubiese tragado mi lengua. A quién le importaba, a final de cuentas, si yo conocía o no a algún maestro herrero que hiciese trabajos rápidos." - pero ya era tarde. - "Al menos el simpático herrero, ex-estudiante de la Academia de Hechicería de Palin Majere, hará un buen negocio si logra sacarle una buena cantidad de monedas de acero al Guardiecito de la Ciudadela". También amilanaba el aburrimiento del viaje la jovialidad y rápido humor de Gregory Hilltop, aunque en sus momentos de melancolía, a Kielan incluso los inteligentes comentarios del bien parecido marino le parecían tan insoportables como una charla de kenders.

Durante las primeras noches de viaje pasó sus guardias mirando
fijamente a las fogatas. Sentado. Pensando. Y en ocasiones
conversando, pues eran esos los momentos en los que era más accesible para entablar conversación, aunque en ningún caso podría decirse que fuese un gran conversador.

Su cara, inexpresiva la mayor parte del tiempo, junto a su corta camisa sin mangas, pantalón de tela, botas sencillas, bolso de ganancias y su inseparable sable (aunque no fuese suyo), constituían su primera barrera de defensa ante las intromisiones en su vida personal. No vaya a ser que intentasen averiguar algo de su incómodo pasado.

* * *

30 millas al nor-noroeste, frente a un par de jarras de cerveza,
Gwydeon Medio-elfo, y Argento D´Alessandro discutían en voz baja los últimos detalles de su pequeña excursión al risco rocoso ubicado al sur de Solace. Gwydeon Ragnarok, como hechicero legionario aún no acostumbrado a sus nuevas habilidades mágicas, afrontaba a los recuerdos que estas le traían de su antigua vida adolescente como mago túnica roja, antes de la Guerra de Caos.

Pero el tiempo había pasado. "Demasiado rápido, y lento al mismo
tiempo" -se decía a si mismo, al sorber lo que quedaba de la espuma ya caliente de la cerveza. Ya era el año 32 después del llamado
Segundo Cataclismo. Y ahora tenía nuevamente sentido su vida. Ya no era sólo un hombre más con una espada en la espalda. Era un hechicero formado por su Maestro, un Legionario de Steel, y su propósito próximo estaba ahí, frente a él. No era precisamente la jarra de cerveza, sino la veta de obsidiana que debía investigar. Una posible nueva forma de encantamiento estaba raramente relacionada con el uso de la obsidiana, según rumores de un grupo de elfos rebeldes de su patria natal le habían indicado. Se le había confirmado este rumor en la Legión de Steel, y su misión de prueba, que le permitiría convertirse en un Maestro Legionario, era develar este misterio. Una vidente Legionaria había presagiado su descubrimiento hacia el año 32 o 33 Saer Cataclius. Pero en su visión siempre lo visualizaba sólo, así que debía ocurrir durante su misión en solitario. No le debía acompañar su Maestro. Ni tampoco un inexperimentado aprendiz. Otras personas podrían estar, pero él sería el único Legionario.. que el supiese, al menos. Afortunadamente una conversación con el pequeño, robusto y bonachón leñador humano, Argento, le había revelado la ubicación de una veta de obsidiana en el risco que se encontraba a lo lejos. Hubiese podido entrever el risco si no fuera por el gracioso vitral que adornaba la ventana de la célebre posada "El Último Hogar" y las innumerables ramas de los demás vallenwoods sobre los cuales se
encontraba la mayor parte de las casas de los habitantes de Solace.

"Me llevo mi espada, mis dos dagas, mi arco largo y mis flechas" -
revisó mentalmente el medio-elfo oriundo de Qualinesti- "creo que 22 flechas bastarán. Llevo también la cuerda de 15 metros, con su
garfio, mis raciones de viaje, mi bota con agua, el pico de mineria que me prestó el enano amigo de Argento, y la alforja donde guardar un trozo de la obsidiana. El plan, entonces, es recogerla y luego ir a hablar con el enano que residía en la casa del célebre Flint Fireforge, para ver si él me puede decir más cosas acerca del material o si sabe quién es capaz de trabajar con esa piedra preciosa."

Gwydeon palmeó la espalda de su amigo, - "habrá que ver ese lugar" - le susurro al oido, consciente de que no deberia revelarle a toda la posada la razón de su expedicion. Obtener un poco de esa roca extraña le permitiría saber algo de sus propiedades. ¿Sería que el rumor de la daga mágica de obsidiana había sido una confusión, y la misma era un objeto magico de épocas anteriores a la Guerra de Caos?. Si ese era el caso, no dejaba de ser un gran peligro el que un objeto magico (porque estaba casi seguro de que eso era) cayera en manos equivocadas, o mucho peor, en manos de los Caballeros de Takhisis...

El Legionario tomó sus alforjas, y siguiendo a su bajo pero rudo
compañero, se dirigió a la puerta, mirando de reojo todos los
rincones de la posada, asegurándose de que nadie hubiese escuchado
esa conversacion, o al menos, nadie caminara sobre sus pasos.


Argento, por otro lado, no parecía precisamente un leñador más. Desde que tuvo que aprender a usar su hacha doble para separar algo más que corteza, en la defensa de algunos intentos de invasión a Solace, lleva una armadura de cuero y un protector de cuero para su cabeza.

Su hacha, un poco más larga que la mitad de su altura (tenía como
unos 80 cms de largo), descansaba sobre su espalda, meciéndose con su tosco caminar. El hacha siempre iba con él... y como todos en Solace sabían, no era para fastidiar a nadie sino sólo porque él "adora su hacha".

Al mirar a Gwydeon vigilar la retaguardia antes de tomar el sendero que los llevaría a la veta, no pudo sino suspirar. El medio-elfo
parecía más apresurado que nunca. En fin, transcurrían ya 4 meses de los 6 que se suponía debían pasar como máximo para cumplir la misión que le asignara la Legión de Steel. Siempre se había sentido inclinado a aconsejar al muchacho. Había llegado hacía ya año y medio a Solace, y se convirtió en aprendiz de Legionario y de las artes de la nueva hechicería. Sin embargo, siendo el medio-elfo un tipo básicamente solitario y al principio bastante taciturno (digamos que algo descentrado), en algún momento luego de su llegada no pudo sino acercarse a sacarle conversación. De ese momento había nacido una camaradería muy cierta.

Repasó mentalmente una vez más el camino al risco de la veta de
la "cosa" negra. El jóven le había preguntado acerca de lugares donde él supiese que habría obsidiana. El leñador le había contestado que no tenía la menor idea de lo que era esa tal "osciliana". Ahora si había aprendido a decir el nombre del mineral, del cuál supo que sabía gracias a la interesante descripción del Legionario. La misma coincidía con lo que recordaba haber visto en aquel risco, mientras buscaba un árbol bueno para talar.

"No todos los árboles eran buenos para talar"- pensaba Argento-.
Algunos eran saludables. Otros eran de dudoso futuro, y quizá estaban en su último esfuerzo de surgir, pero esa esperanza era menos beneficiosa para el bosque, que el posible crecimiento de los juveniles árboles a nivel del suelo. Una misteriosa mujer envuelta en capas le había aconsejado al respecto hacía ya muchos años. Mucha niebla había aparecido junto a la mujer, así que había decidido que mejor era no molestar a las mágicas gentes del bosque. Después de todo le agradaba caminar por el mismo. En él se sentía más a gusto que entre la gente bien vestida y pretenciosa de honores.

Gwydeon notó, mientras daban vuelta al último árbol Vallenwood
habitado de Solace, que alguien lo observaba desde adentro del pueblo. Una figura encapuchada en una capa gris oscuro los seguía con la mirada desde un lugar semi-oculto por las ramas bajas de un roble.

* * *

A esa hora en esa misma tarde, volviendo 30 millas al sur-sureste, la caravana avanzaba ya por entre las colinas limítrofes del Bosque Oscuro, por la izquierda, y el arrolluelo de Solace (que más atrás se unía con el río White-rage). Hacía ya mediodía que habían dejado el asentamiento Qué-Teh, poblado de una tribu de bárbaros de las
planicies. En esa hora, en la que el cielo empezaba a ruborizarse
hacia el occidente, aquellos de la caravana que no habían percibido la anomalía que surgió súbitamente en el borde de las colinas que
ocultaban al Bosque Oscuro, se enteraron del fenómeno al mirar alresto de los viajeros quienes observaban con extrañeza lo que ocurría a la izquierda del sendero. El bosque que terminaba con las colinas, no tan verdes por la cercanía del otoño, súbitamente había cambiado.

Parecía también haberse "acercado".

Lo extraño no es que ya no fuese un bosque. O que no fuese el tipo de vegetación. Sencillamente los árboles no eran los mismos, ahora eran altos y más cercanos. Un párpadeo antes, Gregory Hilltop habría jurado que observaba una baja colina que sostenía unos cerezos y sauces de tamaño mediano. Ahora observaba unos altos Vallenwoods, cedros, manzanos y robles. Su color apagado, en contraste con los bosquecillos que bordeaban al valle por donde corría el sendero a Solace, sólo era superado en incoherencia por la espesa niebla que parecía yacer inmóbil entre los troncos de los árboles.

Un grupo de 10 jinetes elfos y 9 caballeros cubiertos de armaduras
negras, emergieron de la incongruente niebla, cabalgando a toda prisa en dirección a la caravana. Al salir del bosque, uno de los caballeros, con una poblada barba negra y nariz aguileña alzó la mano derecha, que portaba una espada, en señal de pausa. El grupo de recién llegados se frenó a lo que un kender podría catalogar
como "distancia de tiro de piedra", del costado izquierdo de la
caravana.

El caballero oscuro giró su caballo toda una vuelta sobre si mismo, mirando sorprendido los alrededores, al parecer más impresionado por el pasto que por cualquier otra cosa. Tras un segundo de reflexión, acercó su caballo 5 pasos a la caravana y gritó: "En nombre de la Reina Oscura, les exijo indiquen en qué dirección huyeron los rebeldes. No tenemos intención de derramar vuestra sangre innecesariamente, así que olvidad vuestras armas y responded a mi pregunta. Si obráis así dejaremos que vuestro camino vuelva a sus pies."

Los caballeros de negro miraron a la caravana con expectación y expresión orgullosa, el Sol de la tarde reluciendo en los intrincados diseños de las placas de sus armaduras, que emulaban las formas de calaberas, y lirios. Los elfos miraron, por su lado, tanto a la gente como a sus alrededores, escrutando incrédulos la pradera con expresión pesada, grave y confundida. Cada uno de ellos llevaba un arco y una espada larga, prestos a cualquier indicio de orden de ataque."

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